El resultado de la vida que tenemos hoy es, sin clemencia, fruto de las decisiones tomadas en el pasado. Esta frase me hace hoy un sentido absoluto. Empecé trabajando a los 15 años vendiendo productos de belleza puerta a puerta, estudiaba las formulaciones completas y llegué a ser una de las mejores vendedoras de Chile. Después, en primer año de universidad agregué a mis despachos comida para mascotas, acarreaba sacos todos los viernes en la tarde para costear mi vida en Santiago. Nací en Viña del Mar, estudié en un colegio de disciplina y mentalidad británica y supe que lo mío era la comunicación social luego de escribir un libro de laberintos mentales que se perdió en alguna memoria de computador, tenía 13 años y maduraba frente a la pantalla. Inquieta por cada cosa vivida, estando de vacaciones en La Serena visualicé a un equipo del entonces matinal Buenos días a todos y me ofrecí para acarrear cables. Insistí tanto que por cansancio logré trabajar cada día desde las 6 de la mañana. Eso me permitió conocer a Juan Carlos Díaz, editor icónico de la televisión chilena. Fue él quien me dijo que no podía estudiar periodismo en Viña, que me fuera a Santiago a la Diego Portales. Le hice caso, aún cuando él jamás supo cuánto me costó lograrlo; odiaba esta capital y era una hija única regalona al punto de deprimirme profundamente y decidir volver a vivir a mi ciudad. Cada día, durante un año y medio, tomé el bus de las 5:45 de la mañana para llegar a estudiar a la calle Ejército hasta que un amigo –Germán Valenzuela, el conductor de los despachos televisivos– me ofreció vivir en su departamento… en ese entonces no tenía plata para pagar un lugar decente donde estar.
Matea, la universidad me fue fácil gracias a la preparación que me dejó mi colegio, formaron en mí un pensamiento analítico que me salvó la vida y me dio una diferenciación que valoro hasta hoy. Mala para el carrete, me encerraba cada fin de semana en mi parcela de Villa Alemana, bajo un árbol silencioso y acompañada por mis perros, me leía los libros que me seguía recomendando mi profesora de literatura María Elena Reyes; analizada las oraciones sucumbiendo en la semiótica, que me robó el alma al punto de pasar innumerables noches en vela haciendo mi tesis, que analizaba el paralelo de las tragedias griegas y las teleseries nacionales. Icónico fue cuando al terminar la presentación de mi trabajo Norma Visus, profesora experta en semiótica y tremendamente exigente, se puso de pie y me aplaudió lento, muy seria y en cámara lenta, tal como en las películas. Como era esperable, me largué a llorar. Tenía 21 años y a punta de esfuerzo ya trabajaba en Beiersdorf (Nivea/Eucerin) como directora de comunicaciones para el Conosur.
A los 25 años me encontré con las revistas. Trabajé seis meses en la memorable Cosas, su directora Mónica Comandari y su editora Soledad Miranda me enseñaron y formaron magistralmente en tiempo récord. Renuncié cuando empecé a estudiar un Magister de Marketing en la Adolfo Ibáñez y entendí que le estaba siendo infiel a mi cliente interno, no era feliz. Tomé la decisión de renunciar cuando me miré en el espejo del baño de la oficina y llorando me dije: “me dopo cada día para tolerar lo que no quiero, no tengo hijos, mi única responsabilidad es una planta que regar, me tengo que ir”. Fue la decisión que volvió a marcar mi vida.
Tuve un año sabático. Estudié y trabajé freelance, escribía las revistas y catálogos de Ripley; reporteaba la MacWorld desde San Francisco escuchando a Steve Jobs en vivo cuando solo él insistía en que lo digital cambiaría el rumbo del mundo y, literalmente, bailaba en las calles de felicidad… Hacía yoga Ashtanga diariamente y empecé a estudiar un profesorado en el tema, abriéndome a un mundo que por entonces no era llamado hípster sino new age, exótico y medio mal visto para el medio chileno. Sin embargo, para Kim St Clair Bodden y Astrid Bertonccini –directoras de Hearst Magazines Nueva York, una de las editoriales más importantes del mundo–, mi recorrido era perfecto para ser la primera directora de la revista Cosmopolitan en Chile.
Cosmopolitan costó sangre, sudor y lágrimas, en Chile era vista como una revista de mujeres “sueltas”, medias “putas”. Sin embargo, con un equipo de lujo el trabajo fue extraordinario, se lograron ventas impensadas y el contacto con las lectoras era diario. Todo lo que había vivido, desde una niñez más bien solitaria y melancólica hasta pararme de cabeza durante días de lluvia en una sala de yoga, quedaba plasmado en páginas emocionantes, vibrantes; Irene Carol –vice presidenta editorial de Televisa Latinoamérica– un día las definió como “un material que tiene tanta energía que me saltan en las manos”.
Pasaron cinco años y Cosmo no crecía conmigo porque no era su foco. Cuando supe que la directora de Vanidades renunció, subí las escaleras con el mismo ímpetu que tomaba el bus a las cinco de la mañana en Viña del Mar y pedí la edición. Javier Martínez y Andrea Barrientos confiaron. Con un equipo que era puro corazón cumplimos todos los objetivos.
A los dos años Marisol Camiroaga me pidió que postulara para ser la primera directora de Harper’s Bazaar en Chile, cargo épico en mi carrera. Junto a los mejores profesionales del país lo dimos todo durante dos años hasta que empezaron hechos que siempre es mejor olvidar y renuncié con una pena profunda y un pánico a dejar una propuesta de cargo extraordinario para retenerme. Era un punto de quiebre en mi existencia, un instinto muy superior a mí me exigía dejar lo conocido y formar mi propia empresa. Firmé el finiquito perdiendo millones de pesos con la certeza y el delirio de que se venía algo grandioso. No tenía nada, pero lo tenía todo, menos la mitad de mi pelo que se fue al suelo de pura desilusión al visualizar cómo terminó todo en Televisa, un día viernes 25 de septiembre, mi cumpleaños, a las once veinticinco de la mañana.
El lunes siguiente, tras ducharme y quedar desocupada, se empezó a nublar mi mente cuando milagrosamente recordé cuando corrí una maratón de 42K y en el kilómetro 34 sentí que si no buscaba –en lo más profundo de mí– la certeza de que podía seguir corriendo con el alma y no con las piernas, jamás llegaría a la meta. Con esa garra abrumadora hice una lista de las marcas que me fascinaban y preparé propuestas que presenté a cada contacto que tenía. A las dos semanas tenía aún más trabajo que en Televisa y a los seis meses mi libertad creativa, fortaleza en gestión y sueldo se doblaron.
Esta gran vuelta de vida te la doy para que nunca sientas que en tu vida están sucediendo cosas porque sí, sin una consecuencia. Todo, absolutamente todo en alguna instancia cobrará sentido y te hará sentir grandiosa, una genia. La clave es ser fiel al cliente interno, no darse puñaladas por la espalda, seguir corriendo los kilómetros y recordar activamente a cada ser humano que ha dejado huella positiva en ti. No perderse en amores tortuosos, escuchar voces intrusas. Sé porfiada en tu visión y por sobre todo, escúchate a ti misma. Que hoy sea un día inolvidable, lleno de inicios y de páginas vibrantes por escribir.